por Marco Salas, analista en Leega MKT
De vez en cuando, las televisiones analógicas recibían una señal que parecía que llegaba arrastrándose. Se veía un estallido de puntos en la pantalla o rayas grises persiguiéndose unas a otras, y solo se escuchaba aquel sonido que sale al sostener la letra “g–”. Ruido. Una interferencia que no permite ver ni escuchar con claridad. Hoy, la viralidad crea su propia forma de ruido y fragmenta las narrativas.
Una kiss‑cam. Una marca. Un CEO
Durante un concierto de Coldplay el mes pasado, en el estadio Gillette de Boston, el CEO de la empresa Astronomer, Andy Byron, apareció abrazando a la directora de recursos humanos de su compañía en la pantalla gigante del evento, parte del segmento de “kiss‑cam”.
El video se viralizó rápidamente y disparó una ola de memes, especulaciones y comentarios en redes sociales. Astronomer colocó a Byron y a Cabot en licencia administrativa mientras se realizaba una investigación interna. En pocos días, Byron renunció a su cargo como CEO, y el cofundador y director de producto, Pete DeJoy, asumió como CEO interino.
Esta exposición imprevista transformó el relato corporativo en un capítulo no autorizado del storytelling corporativo, bajo la estructura de que si el líder de la compañía se convierte en trending topic que involucra lo moral, también lo hace la marca.
De este modo, lo que nos compete distinguir es cómo lo inesperado puso el control de la narrativa en manos del público y los medios digitales. La narrativa institucional quedó fuera de control: la gestión de la situación se tornó reactiva, mientras los clips virales definían la percepción general del liderazgo y de la empresa a escala global.
Incluso, CNN difundió un fragmento del mensaje que la empresa publicó como respuesta al escándalo, esta vez con la actriz Gwyneth Paltrow como vocera temporal en representación de sus empleados. El video plantea supuestas preguntas que “el mundo quiere saber”, con la intención de que Paltrow las responda. Sin embargo, en lugar de explicaciones, se promocionan los servicios y eventos de la compañía.
“Es ingenioso, pero cuando se trata de gestionar una crisis que afecta la moral del equipo, no es momento de ser llamativos, sino de ser serios”, comentaron la presentadora de CNN Newsroom Jessica Dean y la analista de medios Sarah Fischer.
Aunque la estrategia posicione audazmente a la compañía en el flujo de la conversación, la comunicación debe enfocarse en los empleados (sobre todo si se habla en su nombre); de lo contrario, podría no reconocer —o validar— la frustración que sienten al observar cómo dos figuras clave de la empresa incumplen las reglas y salen impunes.
El consentimiento y el algoritmo: Sister Hong
Recientemente, Sister Hong, originaria de China, se convirtió en tendencia mundial. Lo que inició como contenido compartido masivamente, terminó por revelar la existencia de 237 hombres grabados sin su consentimiento durante encuentros privados. Posteriormente, ese material fue comercializado en plataformas digitales de paga, de acuerdo con reportes de medios locales como The Paper y Sixth Tone.
Alejándose del ruido de los detalles particulares del caso, este fenómeno dejó una marca por la manera en que se entrelazaron contenido, privacidad y consumo digital. Historias reales, íntimas y delicadas pasaron a formar parte de una narrativa viral despojada de contexto, compartida por miles de usuarios que desconocían el origen o el consentimiento detrás de cada pieza.
El caso abrió una discusión: ¿cómo deben actuar las plataformas digitales frente a contenidos que se nutren de la intimidad no autorizada? ¿Dónde está el límite entre lo que puede ser compartido y lo que no debe convertirse en parte de la conversación pública? Todo esto develó algo más estructural: que lo viral puede desdibujar la frontera entre lo legal, lo ético y lo mediático. Y que las víctimas —cuya intimidad fue expuesta— enfrentan consecuencias en medio de una comunicación desmedida.
La viralidad sin conciencia crítica se convierte en ruido. Y ese ruido, lejos de informar, distorsiona. En ocasiones, a veces, lo que se viraliza no es el hecho, sino la distorsión colectiva. Ambos casos nos enseñan que, en el ecosistema actual, el storytelling es una herramienta estratégica y al mismo tiempo, un territorio inestable.
En Leega, nuestro estilo de comunicación trata de entender que todo lo que se publica puede insertarse en narrativas que ya podrían no controlarse y que lo que está en juego ya no es solo la imagen, sino el poder de narrarla.